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Carmen López (@lacarmenlolo), periodista de Amnistía Internacional – 25 de noviembre de 2019

A dos portales de casa, el tipo me dejó inconsciente, con marcas en el cuello y las medias rotas. El señor me llegó a decir: 'Si estás aquí es para atender mis necesidades'. Cuando le bañaba y le enjabonaba siempre me llevaba la mano abajo. Quedé con unos amigos y vino también mi ex novio. Se quedaron todos en casa a dormir, mientras estaba durmiendo, mi ex novio me violó. Sabes que ha pasado algo y no sabes qué, en tu imaginario la violación se produce en un callejón, no en tu propia casa.

No importa la hora, dónde o quién cometió la agresión. A partir de ahí, los prejuicios, los estereotipos, el no confiar en los testimonios de las mujeres, y la falta de formación de muchos de los profesionales que las atienden, las abocan a vivir el peligro de la historia única.

El policía ni siquiera saludó. Dijo algo así como quién fue la violada. Las preguntas eran muy repetitivas. Una y otra vez lo mismo. Ponía caras, me hacía sentir incómoda, yo veía que no me estaba creyendo. En un momento, me llegó a decir que las niñas colombianas tiene el despertar sexual más adelantado que otras niñas.

El chico era guapo, seguro de sí mismo. Negó la agresión. Los policías (todos hombres) le creyeron. Y las preguntas que me hicieron era sobre si me había sentido atraída por él, si me había sentido despechada. La policía me fichó por denuncia falsa, me prohibieron abandonar la Comunidad de Madrid. ¿Había tenido yo la culpa por haber tenido una cita a través de una aplicación?

¿qué ropa llevabas?

La policía me hizo las fotografías allí mismo, me tuve que bajar los pantalones en la misma sala en la que se me estaba tomando la denuncia. Todo para terminar derivándome al forense que también hizo un examen minucioso.

Para tomarme las muestras de la agresión, el forense que se había negado a venir, estaba con una actitud horrible. Daba vueltas por toda la sala, poniendo muy mala cara al personal médico, a mí. Luego llegó el juez con su mujer. Todos estaban allí, mientras me tomaban las pruebas.

Los agentes de la Guardia Civil del servicio especializado en violencia contra la mujer que se hicieron cargo de la investigación, estuvieron presentes en la sala de curas, incluido el momento en el que me retiraron los restos de los objetos que los agresores me habían introducido en la vagina. Tomaron fotos sin pedirme permiso.

Veía que no me creía (...) llegó a decir que las niñas colombianas tienen el despertar sexual más adelantado que otras niñas

Amnistía Internacional

¿Estábas sola?

Me hizo sentir culpable (...) Me sentí juzgada. Salí de allí sin saber si me habían violado o no

Amnistía Internacional

Dejé de salir, tenía la sensación de que todo el mundo me miraba. En el lugar donde vivía, una localidad pequeña, toda la noticia transcendió muy rápido. Me sentí muy sola, abandonada. La asistencia psicológica fue muy básica, muy breve. Habría necesitado un tratamiento especializado y continuado.

Recuerdo a un psiquiatra que me atendió en el servicio de urgencia del Hospital Clínico cuando tuve una fuerte crisis de ansiedad y riesgo de autolesiones. Me hizo sentir culpable por lo sucedido, me sentí juzgada. Salí de allí sin saber si me habían violado o no.  

Estar a la espera del juicio es muy duro, no puedes hacer ningún plan, vives pendiente de un proceso que en mi caso duró cinco años. En el juicio estuvimos esperando el violador y yo en el pasillo, así que me ofrecieron esperar en el baño para no verle. Finalmente estuve en una sala donde trabajaban funcionarios. Aunque había un biombo, podía escucharle cómo se movía, fue un shock.

Entré y estaba toda mi vida personal encima de la mesa, eso fue durísimo. Recabaron toda mi historia clínica. ¿Pueden acceder a toda tu historia clínica aunque no esté relacionada con la agresión?

¿Qué hora era?

El tono del fiscal era correcto, pero sentía que me cuestionaba, parecía que yo era la culpable. La defensa me preguntó con qué mano me había bajado las bragas, cómo era la ropa que llevaba esa noche, y el juez no paraba de recordarme que nos estábamos jugando nueve años de prisión. Tienes que aprobar como persona, cumplir el cliché de víctima, ser la perfecta violada.

El cuestionamiento es tan grande, que ni siquiera la condena al agresor repara. Aunque la violación quedó probada, fue absuelto. La abogada me dijo que eso era bueno porque no me podría acusar de falso testimonio. El juicio fue un esperpento, fue una violación otra vez, esta vez por cinco personas.

Aparte de ser violada, tener ese trato por parte de las autoridades que se supone que tienen que ayudarnos. Es muy fuerte, para mí fue lo peor.

El juicio fue un esperpento, fue una violación otra vez, esta vez por cinco personas

Amnistía Internacional

¿Habías bebido?
¿Dijiste que no??

Cuenta la escritoria nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, en su maravilloso monólogo, El peligro de la historia única, que somos muy vulnerables a los tópicos, a los estereotipos, a las ideas preconcebidas. Esto tiene un riesgo, hacer de una historia, la única historia. Las historias únicas siempre son incompletas y nos llevan a ver a las personas de una sola manera, una y otra vez, y sin darnos cuenta las convertimos en lo que queremos ver.

Cuando empezamos en Amnistía Internacional la investigación sobre violencia sexual, nos encontramos a mujeres con distintas experiencias, con diferentes reacciones tras una agresión sexual, pero con un denominador común: todas decidieron pedir ayuda a la administración. Esperaban que hubiera servicios que las protegieran, pero se encontraron que no había recursos suficientes y que en muchos casos se las maltrataba aún más.

Ahí empezaba su condena a vivir esa historia única. Una historia cargada de prejuicios y estereotipos en la que lo que cobraba importancia era la ropa que llevaban, la hora en la que se producía la violación, si había bebido o no, su nacionalidad. Elementos todos ellos que subían o bajaban su grado de credibilidad. Porque a las mujeres en general no se nos cree, tampoco a las que sufren violencia de género, ni a las que sufren agresiones sexual. No las cree ni la policía, ni el personal forense, ni los juzgados, ni los medios de comunicación.

La historia única, señala Chimamanda, roba la dignidad de las personas. Pero también impide a las mujeres que puedan sufrir algún tipo de agresión sexual que ejerzan su derecho a ser protegidas, atendidas, respetadas, creídas y reparadas.

¿Hasta cuándo lo vamos a permitir?

* Este relato no es una historia real, pero está construido a través de las vivencias que nos contaron Blanca, Tatiana, Clara, Sofía, Olga, además de Marta y Andrés madre y padre de dos jóvenes que sufrieron agresiones sexuales. Esta historia es real porque refleja un patrón de conducta por parte de las administraciones al que lamentablemente muchas mujeres se enfrentan cuando han sufrido una agresión sexual y deciden denunciar. Los prejuicios y los obstáculos a los que se tuvieron que enfrentar en comisaria, en los hospitales, en la atención psicológica, en los juzgados aparecen recogidos en el informe de Amnistía Internacional, Ya es hora de que me creas. Por respeto a su intimidad, todos los nombres son ficticios.