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© Mohammed Huwais/AFP via Getty Images

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Yemen: Cuando el periodismo es un caso de vida o muerte

Por Akram Al Walidi, periodista y defensor de los derechos humanos yemení,

Akram Al Walidi es un periodista y defensor de los derechos humanos que pasó ocho años detenido y sometido a tortura y otros malos tratos por las autoridades de facto hutíes. Fue condenado a muerte en abril de 2020, junto con otros tres periodistas.

Tras pasar tres años en el corredor de la muerte, todos ellos quedaron en libertad en abril de 2023 en el marco de un acuerdo de intercambio de presos entre las autoridades de facto hutíes y el gobierno de Yemen, reconocido internacionalmente.

Alrededor de las tres de la madrugada del 9 de junio de 2015, mientras las bombas golpeaban la ciudad de Saná, mis compañeros y yo trabajábamos para documentar la toma del poder por los hutíes y la oleada de represalias y violaciones que éstos cometieron contra activistas políticos, periodistas y miembros de la sociedad civil. Éramos nueve, todos entregados a una causa: teníamos una nación que salvar. Como periodistas, era parte de nuestro deber sacar a la luz los crímenes de los hutíes.

Yo también tenía una boda a la que asistir. La mía. Faltaba un mes.

Trabajábamos en una habitación de hotel porque las dos oficinas anteriores habían sido confiscadas por los hutíes. No queríamos que nuestro equipo resultara dañado en otra redada. Pocos días después de mudarnos al hotel, oí que llamaban a la puerta y mi nombre, y en cuestión de segundos la milicia armada irrumpió en nuestra habitación. Sin oficina que destruir, esta vez los hutíes vinieron a por nosotros.

Nos patearon y golpearon brutalmente a los nueve antes incluso de que entráramos en la furgoneta de los milicianos. No sabíamos que esto era sólo el principio de una maldad insondable. Me golpearon y me dejaron inconsciente durante los interrogatorios y sus supuestos "castigos", pero no tenía ningún delito que confesar. Era periodista.

Desde que tomaron el poder, las autoridades de facto hutíes han emprendido una guerra sin cuartel contra los profesionales de los medios de comunicación.

En uno de sus discursos, Abdulmalik Al Huthi, líder del movimiento hutí, calificó a los periodistas de "más peligrosos para este país que los traidores y los mercenarios de la seguridad".
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El dolor de la separación

Las visitas familiares estaban muy restringidas y, por tanto, nuestras familias también sufrieron. Mi familia pasó años en el limbo preguntándose si yo estaba vivo o muerto. Cuando por fin me permitieron las visitas familiares, éstas fueron muy restringidas. De hecho, contando hacia atrás, pasé un total de cuatro años sin ver a mi familia. Las visitas de mi familia me dieron un respiro. Pero hay una visita que recuerdo vívidamente en julio de 2019, mientras estaba detenido en la Oficina de Seguridad Política. Mi madre había llegado para verme, pero a los dos minutos, un guardia vino y me sacó junto con otros tres guardias y comenzaron a golpearme con sus rifles. Todavía oigo la voz de mi madre llamándome a gritos. Le dije a mi familia que no volviera a visitarme.

El 11 de abril de 2020 me condenaron a muerte junto con otros tres periodistas y en octubre nos trasladaron al campo de las Fuerzas Centrales de Seguridad de Saná, un campo militar perteneciente a la milicia, y era como si fuéramos escudos humanos porque era un objetivo previsto de los ataques aéreos saudíes. Pensábamos que moriríamos allí. Cuando los ataques aéreos alcanzaron el campamento en 2020, sentimos que habíamos engañado a la muerte. Pero cuando los ataques aéreos no nos mataron, los guardias de la prisión comenzaron a amenazarnos de muerte. Irrumpían en nuestra celda gritando: "¡Preparaos! Os vamos a ejecutar".
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Los guardias también llamaron repetidamente a mis padres para decirles que me iban a ejecutar. Cada vez, el corazón de mi madre se rompía en mil pedazos. Tras mi liberación, mi hermana me dijo que mi madre no podía dejar de llorar. Ojalá hubiera una palabra más precisa que "tortura" para describir el implacable tormento psicológico que mi familia se vio obligada a soportar.

Hace poco me casé y estoy listo para seguir adelante con mi vida. Sin embargo, aún no puedo volver a casa porque la condena a muerte sigue vigente y me han confiscado todos mis bienes. ¿Cómo podría vivir en Sana'a y enfrentarme a la amenaza constante de que me detengan de nuevo? Los tribunales hutíes no me han absuelto formalmente, por lo que siempre existe el riesgo de que la milicia hutí pague a uno de sus aliados para que me mate. Mi familia y yo nos vimos obligados a marcharnos dejando atrás todos nuestros recuerdos y posesiones.

Las autoridades de facto hutíes me han robado casi ocho años de mi vida que pasé detenido.
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Cuando me condenaron a muerte, el juez del Tribunal Penal Especializado ordenó también la confiscación de todas mis pertenencias, incluidos ordenadores e impresoras, y todavía se niegan a devolvérmelos. Con la confiscación de mis dispositivos, quieren enviar un mensaje claro de que silenciarán la disidencia y el trabajo de los medios de comunicación a cualquier precio.

Pero no podemos dejar que ganen. Los hutíes siguen deteniendo injustamente y condenando a muerte a defensores de los derechos humanos y disidentes políticos bajo los falsos cargos de "traición" y "ayuda al enemigo". Como hombre libre, dedico ahora todo mi tiempo y energía a hacer campaña por su liberación. No descansaré hasta que cada uno de ellos esté en libertad.

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